Una estatua viviente, toma sus precauciones contra la epidemia de influenza humana, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, frente a la Casa de los Azulejos.
Recorro los mercados de la Ciudad de México, esos que todavía sobreviven en esta capital y que compiten con las gigantescas tiendas departamentales.
Mujeres y hombres que todos los días sacan el sueldo de sus colaboradores, con lo que venden, ahora se ven tristes, preocupados que las ventas se cayeron hasta en un 90%.
La medida que implementó el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard, como parte de las medidas contra la influenza porcina, ahora rebautizada como influenza humana, ha golpeado su bolsillo.
Ellos, a diferencia de los restauranteros, no tienen recursos en el banco, o créditos, viven, como dicen, al día, y sus propietario no tienen acceso a apoyo del Gobierno local.
La ayuda es, dicen, para los que menos tienen, como si ellos pertenecieran a los que más tienen...
Olvidados
Este es un país en que la clase trabajadora ha sido descuidada, y en la mayoría de las empresas no hay comedores, o una mesa para consumir los alimentos con la higiene necesaria; en los parques, no hay espacios para lavarse y o comer, la mayoría de las veces se hace sobre el pasto.
Sin higiene
Veo en los alrededores de los mercados, gente que compró comida para llevar: empleados que transportan colchones, taxistas y mensajeros comer en la banqueta, o sobre el cofre de un automóvil, amontonados todos, sin cubre boca y sin agua para lavarse las manos.